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Los amores enfermizos...

viernes, 9 de mayo de 2008



I


Carlitos Cruz en realidad no sabia si ella (su amor de hace mucho tiempo) llamaría a las tres de la tarde como lo habían planeado, -pero vaya suerte- cuando dieron las tres y catorce sonó el timbre de su Nokia y era ella (por lo que al instante pensó en decirle si podía ir por él en su camioneta) y para sus adentros pensó en pasarla tan bien como cuando eran mas chiquillos y se amaban, se amenazaban, se iban, volvían y jugaban a esas pasiones prohibidas a esas que hacen esperar al amor para darle preferencia a los fulgurantes encuentros que entonces eran su pan de cada día y de cada noche.

Ella le dice que esta por Santa Inés, tramitando unos documentos entonces él le pide que vaya por la universidad, ella le dice que no era posible, porque salió sin la camioneta para evitar a la gente ya que se supone es un encuentro clandestino, de modo que Carlitos le dice que en quince minutos iba a Santa Inés y que lo espere, por el parque grande, ella le sonríe por teléfono y le contesta diciéndole que lo espera, que se tome su tiempo…

Se encuentran después de mucho tiempo, no es lo indicado pero ambos quieren naufragar en sus errores, se ven las caras se salpican de vergüenzas, ahora ella es una mujer casada y Carlitos el caza recompensas de siempre. El sol boquiabierto los alumbra ya casi son las cuatro y nadie entiende porque se han citado, ¿porque se ven si ya su magia parece estar extinguida? su amor en lugar de ser mas grande se ha esfumado, a pesar de las promesas que se han jurado no saben por que diablos están ahí dando vueltas mirándose de reojo, de frente y descaradamente, deseándose como en sus mejores años, como cuando ella tenía veintiún años y él dieciséis y se querían serenos y apasionados, como loquitos cada noche cuando los abuelos de la susodicha se hacían a los intensos sueños de la tercera edad, y dormían como dos bebés, mientras ellos silenciosos, lunáticos amantes, profanos y adolescentes se encontraban por la puerta trasera y al principio se querían y meses después se amaban como si fuera el final de sus días… desparramando ese espasmo libidinoso cuasi impúdico que entre los dos no podían controlar, mucho menos disimular (él la quiere a su manera mientras que ella dice que lo ama, que si le fuera posible abandonaría a su marido, dejaría todo por Carlitos Cruz…)

La inmoralidad va creciendo, ella habla disimulando su pena, él también finge (pero se ha dado cuenta que ella es una razón más, que tal vez es importante) por eso que últimamente le pide un encuentro, o de repente un beso o a lo mejor unos minutos a solas para así exponerse a la malevolencia de los pecados carnales, esos deseos soberbios que pueden liquidar la desesperación por encontrarse después de muchos años -como hoy- a las cuatro de la tarde recordando esos días que se hundieron en la sombra del pasado y quizá cautelosamente hoy jueves nublado y frio se vuelvan a repetir…

No soportan estar dando vueltas por la calle y que ojos ajenos, les pongan cara de moralistas, Carlitos no soporta que a su amada los vagos le suelten piropos insanos, llenos de besos cochinos, los que por supuesto ella ignora, los que él cela con repulsión. Ella para un taxi, -suben con la mayor discreción- y le dice al conductor que los lleve lejos o a un lugar tranquilo -sin mas gestos que un asentimiento el taxista arranca- mientras tanto están para el asiento de atrás, ella no lo toma de la mano –espera que él lo haga- pero quien sabe porque Carlitos no lo hace -callan- están en mutuo silencio y en la radio pasan una canción abominable (una chicha de los ochenta) se miran las caras tres segundos y súbitamente escapan se voltean a las ventanas ven el trafico del centro que a las cuatro de la tarde es un caos (el conductor ha llegado al lugar). Ella una mujer elegante de la “hight life”, saca de su billetera un cheque de esos suavecitos que recién ha retirado de algún cajero automático (con la tarjeta de su marido) y paga. Carlitos baja primero, demuestra su modales, le abre la puerta y le importa un pito lo que diga la gente y entran juntos al café, toman un lugar medio alejado calculando donde nadie los vea y así puedan darse de besos…
Para amenizar las charla, piden un vino Tabernero Gran Rosé Semi Seco, el mozo les sirve en dos grandes copas, brindan por el reencuentro y por la desequilibrada aventura que están emprendiendo… siguen callados -no se entienden- él bajo la mesa busca la mano de su amada, la toma delicadamente como para que nadie en frente se de cuenta de la infidelidad; ella dócil, sumisa a las caricias de Carlitos, aprieta con mas fuerza la mano de su joven galán. Prudentemente Carlitos despliega las persianas de la ventana que da para la calle, ella siente que entre las tantas personas que están a su alrededor puede haber alguien que la conozca y pueda descubrir la traición que en ese momento iba haciéndose realidad, mira la butifarra que le han servido, juega con el tenedor, no sabe que decir, “no tengo hambre” le dice a Carlitos, y parece que como jugando están protagonizando otra clásica historia de traición; después de haber permanecido unos segundos en silencio ella suelta el enfado que tenía contenido, como queriendo desfogar lo que siente, como queriendo justificar su vehemente accionar: “ya no lo soporto, es un enfermo, me tiene loca, no sé que hacer… ¡es tan celoso!, que si me tomo una foto, me dice ¿por qué? ¿Para quién es esa foto?, es un machista y déspota, no quiero seguir con él”, le dice a Carlitos, mientras él saborea la tercera copa de su Gran Rosé. Ella va por el quinto sorbo, le cuenta su vida en cinco minutos -le dice a Carlitos que lo ama- que si lograra zafarse del yugo machista de su marido, se vendría a vivir a Trujillo para tenerlo cerca… para que se amen sin restricciones, para que ella cada tarde lo espere afanosa y él perfecto amante nunca la abandone y sean felices en el ámbito moderno de la convivencia… (Al fin y al cabo ella, financieramente no sufre las cachetadas de la necesidad como el pobre Carlitos). “Tengo lo suficiente como para alquilar un departamento y ayudarte a gestionar tu titulo… también podríamos viajar, recuerda lo de mi hermana… lejos todos, esta es nuestra oportunidad…, te lo juro me divorcio, esto depende de ti también… Gustavo esta peor cada día… piensa que soy su juguete…”

Carlitos lo observa asustado y por un momento piensa que el alcohol le esta haciendo efecto y no quiere creer lo que acababa de escuchar; le dice que se tranquilice, que piense en su familia y en la vida que ya ha hecho, “tú eres una señora de sociedad… vas al teatro, colaboras con la estancia…, vas al club con tus amigas, juegas tenis aunque que no te guste… y dejando un día vas al gimnasio, y cuando te sientes estresada vas a los mejores spa’s , tu familia y en especial la de tu marido viven en un mundo distinto al nuestro, los fines de semana sus fotos aparecen en la columna de sociales… ¿que te hace falta?” -y mentalmente piensa- (pero si recién cumplió veinticuatro, tiene tanto por vivir tiene mucho por disfrutar, es justo que viva un poquito esa vida loca que antaño en su lejana adolescencia añoró a mi lado) luego de un rato, Carlitos ya aturdido por el vino le dice: “¿yo que te puedo dar? yo con mi humilde trabajo de contador… mi familia ni en sueños sabe de nuestra relación, no quiero herirte pero por ahora esto de verte a escondidas esta emocionante, ¡vamos relájate! Dame un abrazo, verás que llegará el día en que estaremos juntos… tendremos una casa grandiosa, alejada de la ciudad, tendrá un balcón muy grande y en el segundo piso tendremos una chimenea, entonces allí cuando sea otoño, cuando sea invierno frente al ardor de las brasas haremos el amor y veras que nunca nos separaremos… y seremos felices…”

El vino casi se termina… toman otro taxi hasta el malecón, ella se pone sus grandes gafas oscuras… como para que nadie la reconozca y emocionados llegan a la playa, ella compra de un ambulante una cajetilla de cigarros, se toman de la mano, ella fuma como cuatro cigarrillos, él no pasó de dos… caminan muchísimo casi un kilometro… ella insiste, ella quiere rebelarse quiere irse a vivir con el pobre Carlitos sin embargo, el bisoño galán (cinco años menor que ella ) no se ubica, no sabe si se aman o si es su ferviente obsesión la que le tiene así todo turulato, sea como sea, él no quiere perderla… él la necesita porque ella aprendió su personalidad, se memorizó su carácter, supo entender sus desaciertos y lo mejor –según él- le dejó tener a cuanta enamoradita se le cruzaba en el camino… ella una mujer lunática, comprendió en su momento que la relación no podría ser (ella una mujer adinerada, él humilde y espontáneo, haciendo balances, libros contables, ingresos y egresos, cualquier cosa que tuviera que ver con la contabilidad y cinco años menor que ella, no sabría darle una vida alturada, por eso que en aquel pasado no pudieron salvar esa pasión desesperada). Carlitos no despeja esa turba de incógnitas que le rodean la mente, decide olvidarse de las maldades que hizo o que a lo mejor está haciendo y la mira con ferocidad, engriéndola, amándola y maldiciéndola no puede ocultar mas su deseo y se va hacia ella como en los mejores días, como en aquellos días…

Ella siente en su bajo dorso la arena que tibia y áspera yace bajo su cuerpo (como una alfombra inmensa…) son mas de las seis y en sus caras ven reflejarse, el anaranjado color que irradia el ocaso… piensan amarse una vez mas, ella enciende otro cigarrillo, juega con los cabellos disparados de su Carlitos y con desesperación espera que el sol se oculte por completo para que así de rápido la noche se consolide y bajo el hábito oscuro de las sombras, fumen los últimos toques de sus cigarrillos los que como aditivo a su pasión les darán esa antigua valentía para hacer el amor, ese amor candente que los ha vuelto fanáticos a ambos… ese amor que a esa hora se siente comprometido con la bulla de las olas, la frescura de la brisa y el calorcillo amable de la arena que los soporta como si fuera la mas digna de las alcobas….

Después de haberse amado en carne propia, ríen… ella quiere encender el quinto cigarrillo, pero ha perdido el encendedor… se resiente por un momento y tira muy lejos los cigarros sobrantes, (muy mujer ella) muy afectuosa, saca de su cartera un pañuelo para secar el sudor de su amante, le circunda la frente, su faz, su cuello… luego le da cuadro dobles a la pañoleta verde claro, la oculta otra vez en su cartera, para cuando lo necesite pueda respirar el olor de su muchachito, pueda tener su transpiración que ha quedado impregnada en ese pedacito de seda y así de algún modo refrescará su memoria y se acordará del jueves en que hicieron el amor a las siete de la noche en la playa a revolcones sobre el trigueño color de la arena…

De regreso ella aprovecha las paradas que hace el taxi en los semáforos y se maquilla esmeradamente, se arregla los cabellos, se rocía un poco de perfume en su pecho (por si encuentra en casa a su marido, pueda disimularlo todo). El auto se detiene muy cerca de su casa, él presiente que la extrañará (no tres minutos no unas horas) ella sabe que si esa noche se despiden, de pronto volverán esos trémulos sinsabores de la soledad y la glacial manera de ser de su marido regresará para atormentarla día a día, por lo que se siente contrariada, no sabe que hacer… se vuelven a tomar de las manos, se abrazan y respiran muy cerca, ella ciñe el menudo abdomen de su amante, se acurruca en el pecho de Carlitos y siente su calor, su aroma, su adrenalina y todo lo demás, lo quiere tanto -se aman de una manera enfermiza- (como si fueran los primeros días…). Ella quiere creer en la ridícula idea de que no hay quien impida su aventura y mas fuerte, cada vez más lo abraza para que el pobre Carlitos tome la abrupta decisión de tenerla para siempre como su mujer como la mujer de su vida… aunque el mundo se les vaya encima, aunque iracundo el marido un día los busque y trate de enviarlos a mejor vida…

Ella juega con fuego, no mide las circunstancias, se siente perturbada y excitada por la pasión que solo Carlitos Cruz supo infundir en su bajo vientre, en sus húmedas grietas, en sus cúspides adormecidas por los hondos besos que aterrizaron plenamente a lo largo y ancho de su anatomía de yegua brava que ha ido perfilando con el paso de los años… Es un peligro emocionante “el riesgo lleva a la gloria” le dice y él responde: “¿a si? ¿Ahora estas filosofando o que? ”, Y ella fresca, feliz, echando esa mirada enloquecedora con sus ojazos fosforescentes llenos de pasión enfermiza, le contesta: ”lo escuché en una película” él enmudece por las tantas cosas que escucha… y de a pocos vuelve en si. Pobre Carlitos, tiene miedo por el marido, que es un hombre de armas tomar, teme por su vida (hace unos años el marido lo amenazó de muerte) No quiere morir, no quiere ir a mejor vida… no quiere que ella se quede sola en este mundo… y lo peor no quiere que ella domingo a domingo le vaya a llorar a su tumba con un ramo de rosas negras, esas que tanto le gustan…

Carlitos, se marcha sin decir nada, corre abrumado por el efecto del alcohol… y horas más tarde, ya acostado escuchando esas canciones tristes de los años setenta, le envía un mensaje de texto a su amada diciendo que el próximo jueves la espera en el lugar de siempre y a la misma hora…
Continuará...

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